En blog | el 16/12/2019
Vivimos en un mundo con recursos limitados, los cuales los estamos sobreexplotando y ante una población con unas tasas de crecimiento tan elevadas, queda claro que el actual sistema alimentario debe someterse a diferentes cambios; donde cada uno de nosotros jugamos un papel fundamental.
Según el Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias, 1 de cada 3 personas padecen mal nutrición, y lo que es más importante, se espera que para dentro de apenas 10 años sean 1 de cada 2 personas (GloPan, 2016a).
Otros datos impactantes son: el 45% de los niños menores de 5 años mueren por causa de malnutrición, según los datos de la WHO en 2016, en ese mismo año 155 millones de niños sufrieron algún defecto de crecimiento a consecuencia de una alimentación inadecuada. Por otra banda tenemos que, 1900 millones de personas, lo que supone más del 26% de la población mundial, comen en exceso; y 600 millones de estas son obesas (estudio), lo cual concluye en un mayor número de personas que padecen enfermedades como la diabetes, la hipertensión, diferentes patologías cardíacas, etc. Según este estudio todas estas enfermedades suponen un gran gasto para el sistema sanitario; más concretamente el coste económico de la obesidad supone el 7% del gasto sanitario, lo que se traduce en 2.500 millones de euros al año.
Para continuar, el patrón alimentario global es muy rico en azúcares simples, grasas, sal y carne. Todo esto contribuye al aumento de las enfermedades cardíacas y muertes prematuras, así como al deterioro del medioambiente por el exceso de producción de la ganadería. A todo eso hay que añadirle, que nuestra alimentación es poco variada; el 75% de los alimentos que consumimos provienen únicamente de 12 plantas y de 5 especies animales.
A todo lo expuesto anteriormente hay que añadirle que según la FAO, 1/3 de la comida se despilfarra. Con este dato se entiende, que no solo se produce más por el exceso crecimiento de la población, sino que a su vez la producción está mal controlada y producimos más de lo que realmente necesitamos.
Por último, pero como comúnmente se suele decir, no menos importante; nuestros recursos ambientales como el agua o los suelos, son cada vez más escasos. Un dato impactante es que el 33% de los suelos están inutilizables, lo cual no solo afecta a que no puedan ser utilizables para producir alimentos, sino que la biodiversidad está amenazada, los bosques y diferentes especies de animales están desapareciendo. A todo esto hay que sumarle que el cambio climático no ayuda a revertir la situación, todo lo contrario intensifica el desastre.
Sabiendo todo esto, ¿Crees que para el 2050, con un incremento de la población de 2000 millones de personas más, nuestro actual sistema alimentario es viable?
La respuesta es clara. Pero, ¿Qué podemos hacer al respecto?
El cambio debe producirse en cada una de las etapas del sistema alimentario, por tanto es un trabajo que debemos realizar todos, no solo los que son únicamente consumidores. En el cambio deben incluirse los productores, las industrias, los políticos, los distribuidores y por último los consumidores.
Es importante aumentar el consumo de productos saludables mediante una alimentación variada, equilibrada y completa; pero todo eso debe de ir de la mano del medio ambiente.
Una de las soluciones es comprar alimentos de proximidad y de temporada, que aunque no parezca mucho estás ayudando a reducir la “huella ecológica”. Mucho de los productos que compramos son del extranjero o de una comunidad autónoma diferente a la nuestra, lo cual favorece a un aumento de las emisiones de CO2 ya que traer por ejemplo un tomate de Perú a Tenerife conlleva un gasto de combustible muy elevado, cuando seguramente podrías encontrar ese alimento cultivado por la zona en la que vives. También ayudas a los pequeños negocios locales a seguir vendiendo los productos locales.
Otra posible acción que puedes tomar es por ejemplo reducir tu consumo de carne. Según la SENC, debemos consumir como máximo 125g de carne rojo o procesada a la semana y 325g de carne blanca a la semana por persona, pero cada español de media consume casi 2000g de carne a la semana. Por tanto, hay un claro exceso de consumo de carne, lo que conlleva a un incremento de enfermedades coronarias, a algún tipo de cáncer como el de colon, a un exceso de producción, un aumento de las emisiones de CO2 y a un aumento del desperdicio de los alimentos.
En el siguiente infograma hacemos una comparativa de los recursos que se necesitan para conseguir 1 kg de carne y los que se necesitan para obtener 1kg de cualquier legumbre.
Una posible solución es buscar alternativas a la carne, como las hamburguesas hechas a base de legumbres y aumentar el consumo de pescado. Muchas de estas hamburguesas están bastante logradas como la de la marca "beyond meat" que vale la pena probar.
También y aunque suene raro, es cada vez más frecuente la introducción de los insectos en nuestra dieta. Estos son muy interesantes nutritivamente hablando, ya que son una fuente importante de proteína de alta calidad, de algunos minerales como el hierro, calcio, vitaminas del grupo B y ácidos grasos poliinsaturados. En cuanto a sus beneficios medioambientales, para su producción se necesitan muchos menos recursos que para la ganadería actual, producen menos emisiones y se consume el 100% de estos, con lo cual no se general desperdicios.
Puede que ahora te niegues rotundamente y no te lances a probarlos, pero recuerda que en algunas sociedades el consumo de musculo de animales es algo extraño y raro, en cambio el consumo de insectos algo normal.
Una de las guías que mejor explica la relación entre alimentación saludable y medioambiente es la creada por el Centro Barilla de Alimentos y Nutrición. Este modelo hace una comparativa entre una pirámide saludable y otra con alimentos según su impacto ecológico.
Como dijo el escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa "si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie".
Autor: Javier Braun Cabrera, estudiante de 4º Nutrición Humana y Dietética de la UVIC.