En blog | el 06/03/2017
Solemos pensar que existen cosas que no nos sucederán, ni siquiera pensamos que nos podrían pasar, solemos cerrar los ojos a enfermedades como esta porque creemos que habría que perder la cabeza para caer en ellas, pero no es totalmente así.
Me llamo Sofía. Cuando menos me lo esperaba mi vida comenzó a cambiar, poco a poco sin darme cuenta empecé a caer en un pozo, un pozo obscuro y muy hondo. A medida que iba entrando en él me fui separando de mis seres queridos. Cada vez me encontraba más sola, no veía brazos que me acogieran. Comencé a dejar de quererme y valorarme. Poco a poco me fui convirtiendo en una persona diferente, agresiva, triste, marginada, sin autoestima y sin ganas de vivir, todo esto me lo producía esta enfermedad que me hizo comenzar a rechazar la comida y a ejercitarme sin descanso.
Pasaba hambre, fatiga, me daban mareos, cada vez me sentía más débil. Vivía continuamente en una mentira. Dentro de mí apareció alguien que me hacía pensar y hacer todas estas cosas, una “amiga mala” que intenta taparme los ojos hacia la realidad y quiere desviarme del camino correcto. Le llamé Daniela.
Muchas veces mi familia intentaba tirarme cuerdas para sacarme, pero yo las soltaba. No era consciente del daño que me estaba haciendo a misma y a mis seres queridos. Seguía cayendo y cayendo, cada vez me quedaba menos para ahogarme en el final de aquel pozo.
Hasta que un día en el que me encontraba muy sola agarré la mano de mi madre, que intentaba sacarme de aquel agujero negro. Una parte de mi intento gritar auxilio y aunque Daniela me hiciera sentir mal después de aquella intervención con mi madre, sabía que había hecho lo correcto.
Pasaron los días y seguía en aquel pozo, pero algo había cambiado, ya era consciente de mi enfermedad y sabía que tarde o temprano me llevarían al médico. Una parte de mi estaba aliviada pero el pensamiento de Daniela era el contrario.
Llego el día, el día que más temía. Sentía miedo, pánico, tristeza…no quería estar allí. Mis ojos derramaban lágrimas de preocupación y una sorpresa me llevé al insinuarme que me tenían que ingresar, ya que mi peso
era mínimo y era perjudicial para mi salud, mis pies ya rozaban el agua del pozo.
En ese instante Sofía despertó con ganas de luchar y salir delante, sin necesidad de estar en un hospital ingresada. Me dieron una oportunidad y así fue.
Al principio fue muy complicado, me seguía sintiendo sola y deprimida, me faltaba apoyo para salir adelante, incluso estuve a punto de tirar la toalla, veía como me hundía cada vez más en el pozo.
Hasta que un día de alguna manera exploté. Fue una mañana en la que sentía que mi vida no podía seguir así. Me sinceré con mi madre, le conté todo detallado desde el principio, las locuras que había hecho, las mentiras que había dicho, además de mis sentimientos y pensamientos y sobre todo los días que habían pasado después de que me dieran la oportunidad ya que no estaba cumpliéndolo y estaba poniendo en riesgo mi salud. Mi madre reaccionó de la manera que me esperaba, se rompió a llorar al igual que yo y se sentía culpable de todo, pero no es así porque yo siempre rechazaba su ayuda y la de los médicos, por otra parte se sentía muy orgullosa porque había podido sincerarme con ella y era algo que me había costado muchísimo.
Ese día estuve muy feliz y mi problema con la alimentación no se manifestó, pensé que ya se había solucionado pero estaba equivocada. Me di cuenta de que no era tan fácil salir de un día para otro, pero a partir de esa charla con mi madre mi estado de ánimo comenzó a mejorar y prometí a mi madre empezar a contarle todo.
Por otra parte tenía la necesidad de hablar con alguna amiga, ya que sentía que las había perdido porque me había distanciado. Un día llena de valentía hablé con mis cinco mejores amigas del curso, me costó mucho, lloré como nunca, mi reacción les afecto también a ellas. Actuaron de una manera muy positiva conmigo y me di cuenta de que tenía un gran apoyo por parte de ellas.
Así comencé a hablar con cada una de mis mejores amigas y a medida que iba contándoselos sentía que las iba recuperando. Poco a poco mis sentimientos y forma de ser mejoraban al sentir el apoyo de mis seres
queridos. También, con ayuda de especialistas comenzó a mejorar mi trastorno alimenticio.
Y hablando del presente, me encuentro en la cima del pozo, pero dentro, agarrada a todas las manos que me apoyan mientras Daniela me agarra de los pies e intenta conducirme hacia el final. Es una lucha diaria, hay días mejores y otros peores.
Poco a poco estoy volviendo a ser la Sofía de siempre. Me siento orgullosa de mi misma y me considero una persona luchadora y valiente, tengo motivos por los que sonreír y momentos que disfrutar y compartir. Sé que no va a ser un camino fácil, con mis subidas y bajadas con mis días en los que me siento apagada sin razón y Daniela se apodera más de mi pensamiento, pero estoy segura de que saldré de esta pesadilla algún día.
Me gustaría que la gente fuera más consciente de esta enfermedad ya que lo que puede empezar con querer cuidarnos y vernos mejor puede acabar sin darnos cuenta en esto. También, espero que todas aquellas personas que están pasando por una situación similar a la mía puedan sentirse identificadas y tengan la fuerza de salir y luchar en esta difícil batalla como yo lo he logrado. Somos muy privilegiados de estar vivos y la vida es muy corta como para desaprovecharla.